Arqueología futura
Arqueología futura es una residencia artística del artista Roberto del Río con ÑÚ.
El proyecto tiene su génesis en el espacio expositivo: una casa del año 1900 en la Colonia Roma. La casa, una joya representativa de la arquitectura porfiriana de principios del siglo 20 de la Ciudad de México, conserva los mismos materiales y acabados que tenía hace más de cien años.
La obra de Roberto del Río está cargada de imágenes que se asoman y se esconden bajo innumerables capas de pintura. Al intentar aprehender el significado de la multiplicidad de símbolos que, a manera de palimpsestos, se esconden bajo la irrupción de nuevos registros, éste se escapa, desvaneciéndose, difuminándose, enterrándose en sí mismo.
A través de su obra, Roberto irrumpe y dialoga con el bagaje que los antiguos habitantes de la casa dejaron allí: algunos materiales, fotos, muebles, objetos; huellas: registros. Cosas; todas vaciadas de significado. La obra, en constante desarrollo, simultáneamente habita y rompe la intersección entre materialidad y tiempo donde quedaron varados los vestigios de otras vidas. De la decadencia surge la posibilidad de resurrección, transformación y creación.
Ante el enigma sobre el origen y sentido de la humanidad, Roberto hace uso del entierro de la imagen como metáfora de la cualidad inescrutable de la historia. A través de recovecos que el artista deja entreabiertos, las imágenes que se asoman fragmentadas hacen una constante analogía a los hallazgos arqueológicos y a las inevitables grietas del registro histórico como el hilo que entreteje la existencia. A través de la plasticidad del sentido se reconfigura la historia que, siempre ficcional, agrega o suprime lecturas que transforman constantemente el sentido humano.
Arqueología futura es el cuerpo de obra de un artista que se intriga por aquello que se desprende de la ruptura entre lo material y lo espiritual. Desmembrados de su sentido primario, los objetos que trascienden al tiempo permanecen como imagen-cadáver de lo que alguna vez fue parte de alguien; el sentido se vuelve etéreo y ambiguo; los afectos permanecen, espectrales, al acecho de nuevos cómplices que hagan eco a su voz perdida.